Capitulo Siete
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

3 Comentario(s):
A las 8:27 a. m., Blogger Pamela Albarracín dijo...

solo nombrarte Giorgino y la poesía eres tú GURÚ. Gracias por tu visita.

 
A las 2:30 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

Capitulo 68

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían
en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada
vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grima-
do quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo
cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina
al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo
era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba
los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelu-
nios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio les encresto-
riaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfu-
rosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgu-
mio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa.
¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpa-
ramar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas,
y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas
gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las
gunfias.


Rayuela. Cátedra, Madrid: 1997.

 
A las 5:19 a. m., Anonymous Anónimo dijo...

¿ Como convencerá el asesinado a su asesino de que no ha de aparecersele ?

 

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